Dos modos de orar

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Lc 18, 9-14

Imagen de Team Maestroo (Pexels)

 

0. TEXTO (leer los versículos enteros)

Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:

«Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba en voz baja: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas». En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!». Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».

1. SITUACIÓN                                                          

Pongámonos en contexto. Los fariseos probablemente eran uno de los grupos más cercanos a Jesús, por eso seguro que habría fariseos que ni se creían justos ni despreciaban a los demás. Y habría publicanos que ni se sentían pecadores ni pedirían perdón por sus faltas. Pero se trata de una parábola provocativa con dos personajes: el “bueno”, que se lo cree, refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás y el “malo”, que reconoce su maldad.

Podríamos decir que fariseo y publicano son dos aspectos presentes en cada persona. Por una parte damos una imagen, para lograr la aprobación y reconocimiento de los demás. Y por otra ocultamos rasgos de nuestra persona que nos humillan, nos desagradan y nos molestan. Los llamamos nuestra sombra. Ambos aspectos los vivimos inconscientemente.

Hay modos de vivir lo religioso, cuando tenemos que ganarnos la salvación a base de méritos, que favorecen el tener que dar imagen teniendo que justificar, ocultar, disimular lo que uno hace mal. De esta manera nos metemos en un modo de vida de mentira, porque no queremos aceptar nuestra sombra, nuestro fallos, envidias, caídas, etc… y vivimos aparentando.

La llamada de Jesús es a vivir en verdad. Quien vive en verdad no pocas veces se siente dolido consigo mismo, porque descubre que hace daño y le gustaría dejar de hacerlo pero no puede. ¿Cómo atreverme a mirar mi sombra? Mirándola desde el cariño de Dios. “Dios mío ten piedad de mí que soy un pecador”. Esa es la manera de aceptarla, dejándome mirar desde la cercanía de Dios, el cual me acepta con lo peor de mí. Eso me lleva a quererme como soy, a asumir y perdonarme los daños que hago a los demás, a pedir perdón. Dios me quiere así y yo me puedo querer con mi miseria.

2. HACEMOS SILENCIO 

Podéis tener a mano los pasos del cómo hacer silencio copiados en una hojita juntamente con el texto del evangelio a contemplar hoy. (Si necesitas los pasos para hacer silencio detallados entra en: oración contemplativa).

3. ME HAGO PRESENTE: VER, OIR, GUSTAR…

NOTA: Que los puntos suspensivos… sean el lugar donde pararse y contemplar (gustar y sentir).

Acompaño a Jesús en el camino hacia Jerusalén donde va aprovechando los diversos encuentros con personas y grupos para mostrar que el Reino llega con sus signos y palabras… Lo hago con quienes siguen a Jesús: los Doce, las mujeres y otros discípulos… Esta vez se refiere “a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás”… Hago un silencio y me pongo a escuchar atento…

Le escucho contar la parábola: «Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba en voz baja: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas»… Escucho la comparación y el juicio del fariseo… Miro a los Doce y comentan que a veces se creen más importantes que otros porque están con Jesús… y también yo me reconozco con ellos… ¿Cómo me siento?…

Continua: “En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!«…  Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero…» ¿Cómo me quedo?… Los discípulos comienzan a comprender que en el odiado publicano hay latente una humanidad que  necesita ser despertada y espera una oportunidad… Me tomo mi tiempo para saborear la escena…

4. JESÚS Y YO. ME  SITÚO EN EL HOY. 

Se ha creado un ambiente de cercanía, se respira paz… Jesús mira a sus seguidores-as y en un momento su mirada se cruza con la mía; me dice: “Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado«… y yo me doy cuenta de que algunas veces me comparo con los demás, claro, para quedar mejor que ellos… sin darme cuenta de las distintas circunstancias de aquellas personas con las que me comparo, que me hacen ser más constante, tener más equilibrio emocional y afectivo, saber resolver mis problemas… ¿Cómo me quedo?… ¿Qué pido?…

Le cuento a Jesús: “Así como no me cuesta situarme por encima de los demás… me resulta muy difícil quererme con mi miseria, no quiero mirar mi miseria, o si la miro me desprecio”… Jesús me responde: “Dios, Abba te quiere como eres… Sabe de tus fallos por tus necesidades, porque tienes necesidad de sentirte querido y por ello vendes tu alma al diablo, de ser alguien y por eso compras reconocimientos, de tu ser sexuado y tu posibilidad de extraviarte… quiérete con tus fallos en estas dimensiones”… Respiro confiado… Me tomo mi tiempo…

Jesús me mira con cariño… yo respiro agradecido… Me da una palmada en el hombro y me anima: “Se trata de ser auténtico, no de ser perfecto»… Me dirijo a Él y le digo: “Me gustaría vivir en verdad, no tener que dar imagen, no vivir teniendo que disimular… sino vivir siendo capaz de pedir perdón si me equivoco”… Y me repito a mi mismo: “Dejarme querer en mi miseria”… “dejarme perdonar”… “sentirme vulnerable como todos”… “ser capaz de pedir perdón”… Lo pido de corazón.

5. COLOQUIO

Lo hago recogiendo lo vivido en la oración… Le cuento lo que más me ha llegado… Lo que parecía que iba para mí… Aquello con lo que más me he identificado… Un texto, una palabra, una imagen… Y le pido algo… O le doy gracias…

Y así termino, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 

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