Comenzamos en este blog una nueva sección semanal para orar con el texto del evangelio del domingo durante la semana. No es prioritariamente una exégesis acerca de los textos de la liturgia de los domingos. De esto hay mucho y, por cierto, muy bueno. Se puede orar de muchos modos. Proponemos uno muy simple: la oración de contemplación. Esta oración no es tanto para meditar, para reflexionar acerca del texto – a lo que estamos muy acostumbrados – sino de gustar y sentir, de saborearlo.
Y si es posible, se trata de repetirlo; porque así, se va posando y va formando parte de nuestro ser, del mismo modo como tenemos recuerdos o hay películas que hemos visto muchas veces porque nos transmiten mucho.
La contemplación tiene que ver más con lo que hacen los críos pequeños cuando se quedan embobados jugando con algo o cuando a nosotros nos coge por dentro un libro, o cuando estamos ensimismados mirando el mar o un paisaje, o absortos en una relación gratificante…, pero también podemos quedar afectados presenciando situaciones de miedo, de rabia, de impotencia, etc.
Lo mismo nos sucede en la oración contemplativa. En el evangelio contemplamos escenas de pasión y de resurrección, de ternura y de desprecio, de sanación y de desconfianza, etc. Se trata de meterme en el texto, “como si presente me hallase“, dice San Ignacio. Y ver lo que en mí se mueve: alegría, paz, miedo, rechazo,…
Para ello empleamos un método que lo vamos a seguir en todas las oraciones:
1. Plantear algunas claves del texto.
2. Hacer silencio y prepararme para escuchar. Sin este silenciar mis sentimientos y mis pensamientos, es difícil escuchar alguien y por tanto también a Dios. Además, se trata de entrar en la oración con dos actitudes: dedicación, “a lo que estamos” y disponibilidad (confianza en que lo que pase, será para bien). Dios siempre trabaja conmigo.
3. Leyendo el texto, hacerme presente en él. Esta escena es para mí hoy, “para que tenga Vida”. Y para eso me introduzco en el texto con los sentidos como lo hago en la vida: ver, oír, mirar actitudes, gustar, oler, tocar… lo que sucede en el texto. Y una vez al interior, pido. En cada oración habrá una petición. Es como un punto de referencia; si me pierdo, vuelvo a ella. Me centrará en lo nuclear del texto. Y en relación con ella puedo hacer la mía propia.
4. Reflectir. Es decir, iluminar desde lo orado alguna situación de mi vida a mejorar, a reforzar, a cambiar… Pero ojo, este reflectir se hace en este preciso momento de la oración. No al comienzo de ella. Sólo después de entrar en el texto del evangelio, “como si presente me hallase”, descubrimos alguna pista para nuestra vida. Si no es así, reflexionamos, metemos la cabeza antes del corazón, hacemos una oración productiva: «a ver qué saco».
Se trata de confiar. Siempre descubriré algo en la oración, aunque sea paciencia, o sea, aprender a esperar o saber vivir improductivamente. Estoy por tanto primero a recibir: yo soy pasivo, no se trata de ver qué saco, que es cosa de uno, sino qué se me regala y qué descubro.
5. Coloquio. Al final, a modo de repaso de este tiempo de oración, me sitúo con mi Fuente de Vida, con el Dios de la Vida, como una persona amiga con otra. Le cuento lo vivido, pido y agradezco lo que ha sucedido, sea lo que sea.