A modo de examen. El año de la COVID-19

Lo más importante es no perder la esperanza.
No hagamos demasiado caso a los que anuncian el fin del mundo.
Albert Camus en ‘Los almendros’

(Texto basado en un artículo de la revista “Jesuitas”)

Ha sido este 2020 especialmente complicado -lo está siendo en el momento de escribir estas estas líneas- y no se prevé que el futuro más inmediato vaya a traer demasiados cambios. O, más bien, no se sabe qué cambios puede traer, pero no parece que vayamos a bajar por ahora de la montaña rusa vital en que estamos instalados desde el pasado mes de marzo. Quizás, más que nunca, es este el momento de intentar hacer una lectura creyente de este tiempo que nos ha tocado. Examinar la vida. Y hacerlo con la mirada que la espiritualidad ignaciana nos ofrece. De ahí nace este examen de un año diferente: ¡el 2020!

Vivirlo en presencia de Dios

Una y otra vez tenemos que recordar que el Señor está en el centro de nuestras vidas. Que Él nos guía. Que, tanto en los momentos buenos como en los malos, su proyecto, su Reino y su llamada se mantienen. El coronavirus ha supuesto una llamada del Dios de la compasión, de la justicia, del cuidado y del amor. Seguramente para muchos de nosotros y nostras ha habido momentos muy distintos. Entre los más especiales podemos recordar la Semana Santa, al comienzo del confinamiento allá por marzo, vivida en un contexto inimaginable antes; sin las celebraciones (presenciales) que cualquier año normal acompañan estas fechas. Sin embargo, pudimos vivir la #SemanaSantaenCasa de una forma distinta, online y quizá con una sensibilidad nueva…

Este es un año en el que se recuerdan mucho aquellas palabras de Pedro Arrupe, jesuita, sobre el Dios de los momentos inciertos: Tan cerca de nosotros no había estado el Señor, acaso nunca; ya que nunca habíamos estado tan inseguros.

Agradecer

Instalados como estamos en un panorama de queja a veces constante, conviene hoy, más que nunca, dedicar mucho espacio al agradecimiento. Posiblemente este tiempo nos ha permitido caer en la cuenta de tanta bendición como antes dábamos por sentado. Aquí van algunos de esos motivos para la gratitud.

Lo primero, la vida cumplida y ya eterna de tantas personas como han fallecido. Este ha sido un año especialmente duro en ese sentido. Las vidas de nuestros seres queridos son semilla fecunda. Su memoria, escuela. Y por eso no podemos dejar de agradecer haber contado con ellos y ellas. Puedo dedicar un momento a pasar su recuerdo por nuestro corazón.

Lo segundo, tantos momentos especiales en la vida en común (como familia, comunidad o grupos de referencia…). Todos hemos tenido ocasión de experimentar de maneras diferentes el cuidado común y se han generado, en distintos momentos, dinámicas de oración, de celebración, de encuentro y de compartir que han sido (y siguen siendo) un regalo. Reviso las vivencias compartidas con otros en este tiempo.

Lo tercero, el servicio de tantas personas que han mostrado, especialmente en estos momentos, su disposición generosa a cuidar de otros. En el ámbito asistencial, especialmente, la dedicación de quienes atienden a nuestros mayores. Y en el momento más duro de la pandemia, la generosa disposición del personal sanitario para atender las personas más necesitadas. En colegios, universidades, centros sociales, ONGs, el esfuerzo callado de tantos que, de distintas maneras, intentaron seguir adelante con la actividad que se pudiera. Y en la pastoral, la respuesta rápida y creativa de quienes intentaron salvar la distancia con nuevas maneras de acercar a la gente el pan, la paz y la palabra. Pienso en aquellas personas de cuyo servicio he podido beneficiarme y me reconozco en los espacios en los que he servido yo a otras.

Pedir perdón

Examinar también es mirar, pidiendo y aceptando la misericordia, todo aquello en lo que no estuvimos a la altura. Y sí, también hay aspectos de la pandemia que ponen sobre la mesa nuestra fragilidad y limitación. Momentos en que el miedo nos lleva a encerrarnos en nosotros mismos. En que no tenemos cintura para cambiar nuestras formas de actuar y ante la imposibilidad de hacer lo de siempre reaccionamos con el enfado o con la exigencia. Tenemos que pedir perdón por tantas formas de imprudencia que ponen a otros -y a nosotros mismos- en peligro. O por el exceso de prudencia que, en otras situaciones, nos lleva a no arriesgar y vivir un poco en la intemperie que sería lugar de encuentro. Por la distancia que nos separa de personas en situación de dificultad. Por los pequeños y grandes egocentrismos que dañan la vida en común y que no son capaces de ponerse en el lugar del otro. Por la falta de perspectiva que no nos deja ver el contexto en que vivimos en toda su crudeza. Reconozco situaciones concretas pidiendo perdón internamente con el deseo de no volver a caer en ellas.

Pedir lo que necesitamos

Examinar la vida es además tomar conciencia de lo que necesitamos. Y convertirlo en oración. Hay que pedir que el Espíritu de Dios nos ayude. Quizá sea bueno pedir espíritu de paciencia, porque esto parece que aún no ha terminado y más bien va para largo, a pesar de las distintas vacunas. Hay que pedir espíritu de generosidad, pues no es este momento para que cada cual se empeñe en salvar lo suyo, sino para el empeño por la solidaridad y el bien común. La encíclica del papa Francisco Fratelli Tutti, publicada el mes de octubre, nos marca un camino que se convierte en invitación y llamada. Necesitaremos también espíritu profético, para ser críticos sin ser criticones; para elevar la voz, allá donde podamos, y poner nuestros talentos y capacidades al servicio de la justicia y la dignidad de los más golpeados. Es este un momento para pedir perseverancia. Porque quizás ha habido aprendizajes durante este año que necesitamos mantener. O quizás se hayan reordenado un poco algunas prioridades. Y espíritu de compasión porque la crisis enorme que se ha ido gestando y que va a afectar tanto a tantas personas durante mucho tiempo no puede dejarnos indiferentes o al margen. Concreto en mi vida aquello que siento que más necesito en este momento.

Propósitos para el 2021

Todo lo anterior nos empuja a mirar adelante. Y ofrecer a Dios, con su ayuda, nuestras manos frágiles. Podemos y debemos seguir colaborando para ayudar a los más golpeados por las consecuencias económicas de la pandemia. Por ejemplo, a través de diferentes plataformas destinadas a esta ayuda como la impulsada por la Compañía de Jesús en España: #seguimos.

La vuelta a la normalidad en el mes de septiembre supuso una prueba de cómo podemos avanzar en medio de este panorama. Desde el Centro Loyola hemos buscado constantemente y con la mayor creatividad posible ofrecer espacios seguros y actividades alternativas o adaptadas a las circunstancias. Además, hemos aprovechado para trabajar internamente más que nunca en pro de ofrecer un servicio de mejor calidad respondiendo más fielmente a las llamadas que Dios y la sociedad nos siguen haciendo.

¿Qué propósitos hago yo para este año que empieza? ¿De qué forma puedo cuidar mi espiritualidad, la vida en común y el servicio a otras personas?

El presente es incierto. El futuro, impredecible. Pero nos toca seguir caminando, juntos y con tantos, sabiendo que Dios nos acompaña. Seguiremos caminando y ojalá podamos hacerlo juntos, al lado. Os deseamos un feliz fin de año… ¡y un próspero 2021! Como señala Samuel Beckett, que siempre encontremos alguna cosa que nos produzca la sensación de existir.

Felicitación de Año Nuevo de Loiolaetxea (David MacDonald).
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