Este 4 de febrero celebramos el primer Día Internacional de la Fraternidad Humana. El papa Francisco participa hoy junto al Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb, el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, y otras personalidades en un evento online internacional organizado desde Abu Dhabi, en presencia del Jeque Mohammed bin Zayed.
La fraternidad humana, en general, y la fraternidad cristiana en particular pueden parecer una utopía irrealizable teniendo en cuenta las tendencias de nuestro mundo globalizado, donde predomina la «cultura del descarte», como advierte el papa Francisco, o la aporofobia, el odio al pobre, o las formas belicosas de relacionarse los hombres y mujeres y las sociedades.
La fraternidad, sin embargo, es posible; el encuentro con el otro no solo es posible, sino necesario para la pervivencia del ser humano; y la «forma suprema del encuentro», según propone P. Laín Entralgo, es la relación con el Otro, con la Trascendencia. En la Iglesia la fraternidad adquiere una fuerza extraordinaria. Así lo entendió de manera admirable la comunidad primitiva de Jerusalén: tenían un solo corazón y una sola alma, no había indigentes entre ellos, pues todo lo tenían en común.
Así se presenta en su contraportada el libro «Tenían un solo corazón. La fraternidad cristiana«, escrito por varios autores. En este libro que recomendamos, nos invita a reconocer que tal vez lo más revolucionario del cristianismo sea haber descubierto al prójimo no como amigo, sino como un hermano que lleva la misma sangre del amor universal.
También en este tiempo concreto de pandemia, nuestros compañeros de Cristianisme i Justícia han concluido su reflexión de fin de año bajo el título «Pospandemia: una oportunidad para la fraternidad«.
Pienso que el sacerdote y el levita se plantearon ante todo esta cuestión: «¿Qué me pasará si me paro a ayudar a este hombre?». Ante la misma preocupación, el samaritano cambió la pregunta: «¿Qué le pasará a este hombre si no me detengo para ayudarle?». El samaritano curó las heridas, manchando sus manos de sangre, y le subió a su asno. No envió a otros a que lo hicieran: él mismo lo hizo.
Martin Luther King
La fraternidad no debe quedarse en un concepto, debe ser una actitud vital. Los cristianos estamos llamados a ser testigos activos de la fraternidad con todas sus consecuencias.
¿Qué podemos hacer para celebrar hoy y practicar todos los días la fraternidad?
Os invitamos a hacer un ejercicio de conocimiento y contemplación de la realidad. ¿Qué actitudes adopto ante las personas que identifico como diferentes a mí? ¿Qué actitudes reconozco en otras personas que van a favor o en contra de un trato fraterno? Ante tanto enfrentamiento religioso, ¿conozco y apoyo proyectos interreligiosos que promueven la fraternidad? Ante discursos políticos proteccionistas y de ataque al diferente, ¿conozco y apoyo proyectos políticos que claman por un diálogo fraterno? Ante las rivalidades de origen culutral, ¿conozco y apoyo proyectos sociales que promueven la celebración de la diversidad y el intercambio horizontal?
Ojalá, como el samaritano, seamos capaces de cambiar la pregunta y actuar sin esperar a que otro lo haga por nosotros, incluso aunque esto implique «mancharnos las manos».