El grupo Oikos, reunido en enero, reflexionó sobre la conversión ecológica.
Durante mucho tiempo, tanto la ciencia como la religión han ignorado, al menos en parte, la inseparable relación de la cuestión ecológica con la espiritualidad y el trabajo por la justicia social. Con el paso del tiempo, poco a poco, vamos comprendiendo en su complejidad hasta qué punto todo está conectado.
Encontramos en la ciencia también una parte importante de la responsabilidad en el origen del problema del maltrato ambiental. La ciencia juega un papel clave en la explotación de la tierra y faltan criterios éticos para la gestión de esta. Frente a la consecuente degradación ambiental, desde la ciencia, con la técnica y la tecnología, se ha creído que se conseguirían solucionar todos los problemas. Pero hemos descubierto que esto no es cierto, la ciencia es parte del problema y de la solución. Desde un punto de vista socioeconómico, se ha desatado una fuerza que no podemos controlar (sistema capitalista) y la ciencia, una vez más, creemos que forma parte de ello.
Una mirada trascendente a la naturaleza nos lleva a denominarla Creación. La religión nos puede enseñar eso, cuidar la Creación trasciende al cuidado de la naturaleza para una persona creyente. La naturaleza no está (solo) para servirnos, como mero medio, es también don de Dios para ser cuidado por nosotros, como parte de nuestra misión.
El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara.
Génesis 2, 15
Necesitamos asimilar una espiritualidad ecológica, trabajarla, aprehenderla y que cristalice en actitudes vitales concretas. Necesitamos identificarnos con toda la Creación en clave de compasión. Nuestra mirada actual es muy antropocéntrica, necesitamos corregirla. Por eso, vemos como imprescindibles las experiencias de contacto con la naturaleza. Pero sabemos que es muy difícil cambiar el «chip», nos falta sensibilidad con otras realidades y culturas geográficamente lejanas de las que podemos aprender mucho como, por ejemplo, la amazonía. Aunque no hace falta irse tan lejos. Podemos encontrar un domingo soleado en cualquiera de nuestras montañas navarras grupos de personas que suben a la montaña motivadas por el ejercicio físico que supone o por el selfie desde la cima y por el camino «mandando callar» el canto de los pájaros o el susurro de los árboles bailando al son de las corrientes de viento con música a todo volumen. La pedagogía de la conversión ecológica no puede ser pues, simplemente, ir al monte o escuchar el testimonio de un indígena amazónico. Debemos ir más allá poniendo los medios que sean necesarios. Es cuestión de mirar, contemplar y responsabilizarse.
Creemos que Dios envía mensajes a través de la naturaleza. En ella encontramos muchas respuestas, la naturaleza es sabia. Quienes vivimos en entornos donde las consecuencias de la degradación ambiental son menos perceptibles a simple vista, podemos mirar un poco más allá. Lo vemos con el ejemplo de la pandemia. Hemos podido sufrir la pérdida de seres queridos o de ingresos y nuestra salud mental puede haberse visto afectada también… pero, ¿hemos conocido las consecuencias en países con menos recursos? Como en toda crisis, quienes menos tienen son quienes más las padecen. También la ecológica, siendo en los países empobrecidos donde más se hacen evidentes las secuelas del cambio climático en las personas. Ya se habla de refugiados o desplazados climáticos. Todo está conectado, todo nos afecta. Ante esta realidad, hay dos formas de reaccionar: intentar protegernos más en un sálvese quien pueda o colaborar más. Creemos que la única opción buena es esta segunda.
La ecología integral exige encontrar todas esas relaciones existentes entre estas dinámicas mencionadas. Para la conversión ecológica, continuaremos nuestra reflexión de la mano de la herramienta por antonomasia de la espiritualidad ignaciana para la vida diaria: el Examen. Próximamente hablaremos de ello. Si quieres unirte al grupo, escribe a cloyola.pa@arrupeetxea.eus.