La espontaneidad de la vida y el jardín en tiempos de confinamiento

Acostumbrados a seguir ordenados horarios y calendarios y a gastar, a veces, más energía en organizar planes futuros que en experimentar el día a día, esta nueva forma de vivir nos descoloca. En ocasiones nos hemos dejado llevar por la inercia de un excesivo orden de vida o por la ilusión de un futuro demasiado a nuestra medida que ahora nos impide disfrutar.  No pocos de nosotros estamos esperando a retomar nuestras vidas en el preciso momento en el que la dejamos al comenzar esta vida restringida.

Afortunadamente, la actividad empieza a reactivarse paulatinamente y son muchas las personas que comienzan a disfrutar de despreocupados paseos por la ciudad. En mi caso, por cuestiones laborales, tuve la fortuna de esquivar el confinamiento hace un mes. Ese primer día que salí a la calle me enfrenté a un paisaje urbano algo distinto del de ahora. Un paisaje naturalmente vacío pero encerrando un silencio cautivador. La cuestión que más me llamó la atención fue el estado de las zonas verdes que me iba encontrando a lo largo de las calles, plazas y parques. Ante aquella situación escribía: “Una consecuencia práctica de este confinamiento ha sido que los parques, jardines y parterres urbanos rebosan de una verde vegetación fuerte, diversa y exuberante. Tanto las labores de jardinería como, evidentemente, la perturbación de estas áreas por el continuo tránsito de ciudadanos es casi inexistente y decenas de flores brotan ahora en zonas donde normalmente solo domina una homogénea extensión de gramíneas. Igualmente tanto arbustos como matorrales y árboles se han desarrollado “desordenadamente” adquiriendo un asilvestrado aspecto. Esta fértil vegetación a ofrecido un nuevo escenario para numerosas aves que encuentran ahora nuevas posibilidades.

Quizá sea este un buen momento para cuestionarse si realmente las ventajas que nos reporta un esfuerzo por mantener continuamente ordenados y controlados estos espacios son superiores a las que podrían obtenerse a través de entornos como el que esta pandemia ha originado. Y es que, al igual que en nuestras vidas, nos gusta mantener ordenados y planificados los jardines y las zonas verdes. Al igual que un jardín bien segado, nuestros planes y horarios nos permitían disfrutar de unas vidas más o menos complejas, pero controladas y sistematizadas. Porque un jardín compuesto enteramente de un césped concienzudamente cortado nos evitaba muchos problemas. Muchos de nosotros no dudamos en calificar de “malas hierbas” a la aparición de otras plantas ajenas a nuestro verde césped y tratamos de evitar cualquier presencia de molestos organismos como arañas, mosquitos o abejas que no son otra cosa que “inconvenientes” que poco o nada queremos en nuestras vidas. Nosotros lo que realmente necesitamos son los jardines ordenados y asiduamente cortados. Nosotros lo que necesitamos son vidas ordenadas y asiduamente planificadas.

Esta pandemia a ha significado para nuestras vidas, entre infinidad de dificultades, una desaparición de ese orden y un “asilvestramiento” de nuestra vida ante la imposibilidad de una planificación a futuro.

Son muchas las preguntas que uno puede hacerse en relación con esto. ¿Seguimos deseando recobrar nuestra vida en el mismo punto en el que la dejamos, para seguir haciendo lo mismo que hacíamos? ¿Estamos esperando a volver a sacar las herramientas de jardinería para recobrar un césped verde, corto, homogéneo y ordenado? ¿Podemos sacar alguna lección de esta situación? Comprendo que el descontrol asusta y normalmente dejar un espacio a la espontaneidad de la vida es incómodo. Aumentar la entropía en un sistema cerrado que nos gusta mantener ordenado no es tarea fácil. Sin embargo ante estas preguntas podemos seguir preguntándonos ¿Qué nos pide Dios? ¿Cuál sería el jardín que nos pide Jesús para nuestra vida? Hay tantas respuestas como personas y todas ellas son válidas. En mi opinión creo que Jesús nos ofrece una alternativa a nuestro jardín siempre verde y bien cortado. Jesús nos llama a “asilvestrar” nuestro jardín particular que es nuestra vida. Si bien es cierto que el desorden puede ser incómodo, abriendo la puerta, en el caso del jardín, a otras especies de plantas que compiten por nutrientes y agua, a la aparición de “malas hierbas”, al surgimiento de nuevos animales e incluso a nuevas especies invasoras, pienso que puede llegar a merecer la pena.

También yo, al igual que muchos otros, me he acostumbrado a vivir entre jardines quizá demasiado sencillos y ordenados sin darme cuenta de la energía que requiere ese mantenimiento y sin acordarme de que la vida es más que la sencilla comodidad y limpieza de un césped meticulosamente velado. Quizá deberíamos plantearnos si tanto esfuerzo por planificar nuestra vida o tanta energía gastada en ordenar un jardín merecen realmente la pena. Primero porque, como nos ha ocurrido, la vida nos demuestra que pese a incontables medidas y esfuerzos, es imposible suprimir completamente la incertidumbre del mañana y segundo porque una vida más abierta a una espontaneidad significa una vida abierta al mundo, abierta a la llamada del prójimo. En el esfuerzo por ordenar nuestro jardín, nuestra vida, acabamos cerrándonos sin quererlo a nuestra propia parcela de césped bien cuidado en el que no permitimos que nada ni nadie pueda entrar para modificar algo o cambiarlo. Una vida que acepta de alguna manera la espontaneidad (tanto biológica como espiritual), al igual que un jardín, encuentra sorpresas y circunstancias que le hacen cambiar de aspecto y conformación.

¿Qué jardín aspiramos ser?

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