Recuperar la esperanza

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Lc 24, 13-35

 

Imagen de Antonius de Maria (Cathopic)

 

0. TEXTO (leer los versículos enteros)

Dos de los discípulos se dirigían aquel mismo día a un pueblo llamado Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén. Iban hablando de todo lo que había pasado. Mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar a su lado. Pero, aunque le veían, algo les impedía reconocerle. Jesús les preguntó:
 
– ¿De qué venís hablando por el camino?
 
Se detuvieron tristes, y uno de ellos llamado Cleofás contestó:
 
– Seguramente tú eres el único que, habiendo estado en Jerusalén, no sabe lo que allí ha sucedido estos días.
 
Les preguntó:
 
– ¿Qué ha sucedido?
 
Le dijeron:
 
– Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en hechos y palabras delante de Dios y de todo el pueblo. Los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran. Nosotros teníamos la esperanza de que él fuese el libertador de la nación de Israel, pero ya han pasado tres días desde entonces. Sin embargo, algunas de las mujeres que están con nosotros nos han asustado, pues fueron de madrugada al sepulcro y no encontraron el cuerpo; y volvieron a casa contando que unos ángeles se les habían aparecido y les habían dicho que Jesús está vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron después al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres habían dicho, pero no vieron a Jesús.
 
Jesús les dijo entonces:
 
– ¡Qué faltos de comprensión sois y cuánto os cuesta creer todo lo que dijeron los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Mesías estas cosas antes de ser glorificado?
 
Luego se puso a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él, comenzando por los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros de los profetas. Al llegar al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como si fuera a seguir adelante; pero ellos le obligaron a quedarse, diciendo:
 
– Quédate con nosotros, porque ya es tarde y se está haciendo de noche.
 
Entró, pues, Jesús, y se quedó con ellos. Cuando estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció. Se dijeron el uno al otro:
 
– ¿No es cierto que el corazón nos ardía en el pecho mientras nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?
 
Sin esperar a más, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a los que estaban con ellos. Estos les dijeron:
 
– Verdaderamente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
 
Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús al partir el pan.
 

1. SITUACIÓN 

Emaús y Jerusalén. Pueden ser lugares geográficos o lugares espirituales interiores que nos habitan.

Jerusalén es el lugar donde está la comunidad que mantiene viva la llama de esperanza, y también nuestro centro vital personal desde el que vivimos, sentimos, decidimos, en el que encontramos Vida o nos encontramos con el Dios de la Vida.

Emaús parece que no es el nombre de ningún lugar. Por eso se convierte en cualquier lugar. Lugar del que queremos huir: Huir de los miedos, de las culpabilidades, de los sinsabores, de los malestares incapaces de llevar…

Los dos de Emaús son dos discípulos que han perdido la fe. Se marchan desencantados de Jerusalén, internamente rotos, porque han matado a la persona en quien habían puesto muchas, todas sus esperanzas. Lo han matado como a los bandidos del tiempo, crucificado, con lo que ha quedado totalmente desacreditado. Dios no puede dejar morir así a alguien que viene en su nombre.

La imagen que tenían de Jesús se ha roto y con ella, sus planes de vida, sus esperanzas, su visión de futuro… Todo. Lo que hasta ahora les daba vida ha sido machacado y salen hacia donde sea, a ninguna parte, a Emaús. Ante un duelo tan terrible, concretamente dos (¿hombres? ¿hombre-mujer?) hartos de la situación, vuelven la espalda a todo lo que les había hecho vivir hasta entonces y dejan atrás Jerusalén (su Jerusalén) y la comunidad, y se van, salen, huyen, a donde sea porque no resisten más esa presión. Y Jesús se les hace presente en ese viaje a ninguna parte, suscitando de nuevo la esperanza.

2. HACEMOS SILENCIO

Podéis tener a mano los pasos del cómo hacer silencio copiados en una hojita juntamente con el texto del evangelio a contemplar hoy. (Si necesitas los pasos para hacer silencio detallados entra en: oración contemplativa).

3. ME HAGO PRESENTE: VER, OIR, GUSTAR…

NOTA: Que los puntos suspensivos… sean el lugar donde pararse y contemplar (gustar y sentir).

Comienzo la oración situándome como si presente me hallara, acompañando a los dos discípulos que caminan de Jerusalén a ninguna parte (Emaús), huyendo de la posible persecución, del lugar donde mataron a su amigo, abandonando sus proyectos de vida, y alejándose del lugar que les recuerda su culpabilidad… Los dos caminan contándose sus penas… con la cabeza caliente y el corazón encogido… Acompaño en silencio su situación, su dolor… Aprendo…. ¿Cómo me siento?…

Al cabo de un tiempo me doy cuenta de que algo les está sucediendo: Se siguen contando la historia el uno al otro, pero como si alguien se la hubiera preguntado. “Jesús de Nazaret, era un profeta poderoso en hechos y palabras delante de Dios y de todo el pueblo. Los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran. Nosotros teníamos la esperanza de que él fuese el libertador de Israel, pero ya han pasado tres días desde entonces”… Aprendo a escuchar las situaciones de las personas con traumas serios, en situaciones de desolación… ¿Cómo me siento? ¿Qué me sale pedir?

Al cabo de un rato les noto un cambio radical. Comienzan por cambiar de ruta… toman camino hacia Jerusalén, que era de donde huían… Les pido por favor que me cuenten qué ha sucedido. Me dicen: “Hemos vivido por dentro como si alguien nos contase la historia de Jesús desde la perspectiva del Siervo sufriente de Isaías… Jesús era el Siervo sufriente… incluso notamos que esa voz que nos contaba era la misma presencia que partió el pan tantas veces entre nosotros, Jesús de Nazaret…. y que ahora lo seguía haciendo Vivo… No era un sueño. Es difícil de explicar pero nosotros, lo hemos vivido y estamos seguros de que nos ha sucedido. Por eso vamos a contárselo a los demás”… Me quedo que no me lo puedo creer… Saboreo la escena, la hago mía… La vuelvo a recordar… Me tomo mi tiempo.

4. JESÚS Y YO

Sigo estando presente en la escena, sorprendido del todo… acompañándoles a los de Emaús en su vuelta a Jerusalén. Y en esto que también noto en mí una presencia nueva, que me ilumina de paz y alegría, como un resplandor en mi interior… Intuyo que es el mismo Resucitado que quiere comunicarse conmigo, habitar en mí, plenificarme… Siento una profunda alegría y ganas de dar gracias de corazón… sin medida… Sigo un tiempo largo en ello…

Me sale iniciar una conversación con él. Como veo que Jesús me escucha me sitúo en su presencia, le cuento los momentos en que perdí la confianza en la vida o en los demás o en mí mismo o en Dios… las situaciones en que estuve a punto de tirar todo por la borda… los malestares que no fui capaz de llevar, las veces que por sacar la cara a alguien me dejaron de lado… Me sigue escuchando… Vacío mi mochila, me desahogo con Él… ¿Cómo me quedo? Es precioso ser escuchado en mi flaqueza… y ser aceptado… Me tomo mi tiempo.

Aprovecho ahora para escuchar lo que me dice: “La paz contigo”, el perdón contigo… Noto que me mira con aceptación incondicional… Le siento como quien me sienta a su mesa… y parte conmigo su pan… Noto su presencia inconfundible… Veo que me quiere ayudar a hacer un nuevo relato de las situaciones que he vivido con angustia, o con desesperación o con impotencia porque creía que estaba solo… Voy descubriendo que Él estaba conectado conmigo… yo estaba en sus manos… Él Estaba… ¿Cómo me siento? ¿Qué le pido?…

5. COLOQUIO

Lo hago recogiendo lo vivido en la oración… Le cuento lo que más me ha llegado… Lo que parecía que iba para mí… Aquello con lo que más me he identificado… Un texto, una palabra, una imagen… Y le pido algo… O le doy gracias…

Y así termino, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 

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